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02 - Templo

August 2025

Ruinas luminosas

Llegamos, aparentemente por medios mágicos (y esto me recuerda a mis días de estudiante fallido de magia), a un recinto cerrado con un gran glifo luminoso en el piso. Se nos presentó un humanoide, de forma y voz femenina, de piel azul, semitransparente, que parecía un fantasma, un avatar o proyección de alguna criatura extraplanar. Nos comentó —de forma bastante robótica y prácticamente pregenerada— que habíamos sido elegidos para escuchar el mensaje que tenía para darnos.

Parecía un mensaje muy importante, por lo cual procedí a ignorarlo y a explorar esta sección del templo. Había un cadáver con una libreta que parecía un diario, la cual conseguí extraerle rápidamente y sin dañarla. En estas notas se podía sentir la frustración de un explorador que fue seducido por una idea que lo obsesionaba y lo llevó a explorar un templo sin salida.

Lo bueno es que, aparte de todo ese rant, tenía anotado el conjuro para destrabar la puerta que no iba hacia la nada misma. Parece que cuando uno destraba puertas, estas no siempre tienen algo del otro lado. La puerta norte iba hacia una especie de abismo o sector vacío del universo. Recuerdo de algunos textos que esto se daba porque la puerta estaba diseñada para ser abierta con cierta clave o token mágico que, cuando era el correcto, la apertura de la puerta materializaba el sector de universo detrás de ella.

Otro aspecto importante del área es que nos encontramos con una mujer, de rasgos élficos (aunque no puros) y con un olor particular. Me recordó a un atardecer, licor, vainilla, leña… magia que no era la magia con olor a moho y tinta de los densos de la academia. Tenía otra cosa, y entonces no pude conmigo: le tuve que decir que lo percibía.

Mis compañeros son más hábiles con la lectura y tienen más ordenadas sus habilidades con la magia, así que nos propusimos no sacrificar a ninguno de los presentes, y en un par de intentos pudieron destrabar la puerta que estaba bloqueada. Claramente, cada vez que fracasaba un intento de abrir la puerta, se materializaba un guardián de la puerta que nos atacaba. La puerta daba hacia un pasillo que parecía no haber sido transitado por décadas, o tal vez siglos. Encontramos libros con plegarias al dios al que estaba erigido el templo y a varios más.

Tuvimos que saltar un precipicio porque en una zona el pasillo estaba hundido, y encontramos en un intersticio de una pared lo que parecía un mapa, pero que era un tapiz con ocho o nueve personas. Cuando lo intenté ver, fui transportado mentalmente a una habitación con nueve caballeros con rasgos dracónicos (no kobold). Los draconianos me miraron como juzgándome, y como estoy acostumbrado a que me miren raro, no lograron intimidarme.

Me preguntaron si era merecedor de poder seguir adelante, y les contesté que me digan ellos, ya que van a señalar con el dedo si sí o si no. Se sorprendieron de mi boldness, sonrieron, me dieron algo que metí en el bolsillo, y de pronto estaba de nuevo en el pasillo frío y con olor a iglesia.

El objeto parece un talismán de obsidiana con un sello en relieve: un kobold con un parche en el ojo.

El templo desecrado

Pasando al final del pasillo, nos saludó otro aroma, esta vez a cadáveres y a algo ácido. Había definitivamente una presencia mágica bastante opresiva, una niebla espesa que cubría el piso, y las paredes estaban llenas de una sustancia pegajosa que luego comprobamos que era algún tipo de organismo vivo simple, que resonaba con el ánimo general del nuevo dios o patrón del templo, según las diversas cosas que hiciéramos.

Había ocho estatuas, dispuestas en dos filas de cuatro hacia los laterales del pasillo central, más una que las "reinaba" a todas sobre el retablo.

Exploramos escuetamente el área porque, si bien el mago y yo no pudimos dormir, no es un lugar que a uno le despierte muchos deseos de explorar por explorar, pues lucía bastante inseguro. De paso, aprovechamos para hacer un poco de reconocimiento y conseguir respuestas al estilo "... no, no lo recuerdo, todavía no he recuperado la memoria", por parte del mismo fantasma que encontramos en la entrada. A pesar de su no-ayuda, no ha molestado hasta ahora (lo cual me despierta a mí particularmente cierta sugestión... todos escuchamos las historias de banshees que matan de un alarido lamentoso, bodaks que te matan con la mirada, y seres que esperan pacientemente y de pronto cambian de forma cuando detectan que el enemigo está en un estado de vulnerabilidad).

El clérigo amigo empezó a vocalizar unos cantos —bastante distintos a lo que uno entiende por "canto"— pronunciando de una forma que, tal vez por venir yo de otra cultura, no considero muy ortodoxa. Vendrían a ser las plegarias al antiguo dios del templo, para bendecirlo de nuevo. Esto pareció enfurecer a la presencia maligna, y fuimos embestidos brutalmente por armaduras animadas.

Lo interesante de las armaduras animadas es que, si se animan a partir de una pieza nueva de armadura, se comportan como un constructo; pero como la "materia prima" eran los restos de algún fallen warrior, se comportaban como undead. Como sea, devolvimos un medallón a un cofre, y parte de la presencia mágica que desacralizaba el lugar remitió sensiblemente. Pero no fue gratuito: aparecieron nuevamente armaduras animadas, bastante hostiles, aunque finalmente también logramos reducirlas a una pila de metal sin recibir mucho daño a cambio.

Como aprendizaje, me quedó que tengo que llevar una poción de celeridad (haste) y comida.

Con la biblioteca en llamas, el clérigo pronunciando cosas y los enemigos animados desactivados, apareció lo que parece un lich, que me recuerda a alguna gente del pueblo de Valverde. De no ser por su repentina aparición, podría haber sospechado que era algún aldeano maquillado molestando.

Enfrentamiento con el discípulo de Salazar

Si hay algo que aprendí de mi corto paso por la escuela de magia, es que hay un patrón que se repite en los sátrapas de la academia: los que necesitan más tiempo, en realidad, es porque dejaron todo para el último. Y el lich Corelion Thondor* no resultó ser la excepción.

Tenía demasiadas aspiraciones —lo cual no está mal per se—, pero para todo lo que buscaba necesitaba hacer un sinfín de pasos previos. Supongo que por eso eligió su carrera de nigromante: para tomarse el tiempo que, según él, requerían sus propias metas. Una clara demostración fueron sus momentos finales: aún en clara desventaja, y pudiendo comunicar su rendición y llegar a un acuerdo, decidió que la mejor forma de convencer a un grupo de aventureros que parecía salido de un circo de que su existencia (o no-vida) valía algo, era ofreciéndoles buscar una gema que estaba en un templo, que estaba custodiado por seres infernales, y que requería resolver una serie de acertijos en un laberinto con desafíos y, por ahí, tal vez, lo podía considerar suficiente. Entonces, se pondría de buen humor y colaboraría con nosotros.

Tuve como instructor a un mago bastante viejo y particular, que encontraba más satisfactoria la cantidad de esfuerzo realizado (o por realizar) que los resultados en sí mismos. Deben haber sido de la misma escuela.

Como sea, el combate fue relativamente breve, y el mayor problema —para mí, al menos— lo trajo el fuego de la biblioteca. A quien no pareció preocuparle el fuego fue a nuestro clérigo, que fue víctima de la furia del lich. Con justa razón —y dejando todo para el último— lo culpó de haber tratado de purificar su templo con cánticos y rezos poco ortodoxos, pisoteando años de cuidadosa desacralización.

No lo vi muy bien porque —kobold precavido vale por dos— yo estaba lejos. Pero lo que se vio fue que alzó sus brazos gritando enfurecido, y con el báculo que sostenía en su mano derecha arremetió violentamente contra el clérigo, que ya bastante maltrecho se encontraba. Literalmente lo perforó, como si se tratara de una pieza de pollo en un brochette. Del clérigo salió un tercio del báculo, y de este, fuego y la sustancia fluorescente que cubría todo.

Luego de esto, el lich cayó al piso y se desintegró.

El fantasma, que estaba esperando pacientemente (según yo para transformarse y atacarnos), pidió un objeto ubicado dentro del féretro que estaba sobre el retablo. A partir de una breve inspección, logré reconocer este objeto como de origen draconiano, y nuestro mago Delerion —luego de aplacar las llamas en la biblioteca, que él mismo había provocado— lo asoció a algo relacionado con los caballeros draconianos del tapiz que llevábamos. Nuestra nueva compañera parecía bastante aturdida por la presencia de este símbolo, que finalmente le fue entregado al fantasma guardian de la entrada.

(*) su nombre no era precisamente ese, pero así lo recordamos algunos. En realidad se llamaba Calvus Threnor.

Templo auxiliar y el contratiempo del clérigo Adler

Después de cada combate pueden suceder dos cosas: o muero, o sobrevivo y me invade una sensación de misión cumplida que me hace ignorar lo que me rodea, además de darme sueño y hambre. Esta vez no fue la excepción. Me limité a observar las inmediaciones y el intercambio con distintos entes y actores sobre cómo devolver a la vida a nuestro amigo clérigo, que seguramente nos estaría maldiciendo desde el más allá por seguir nosotros con vida mientras él no. Lo imaginaba sermoneándonos, insistiendo en que su muerte en realidad fue un sacrificio para salvarnos a todos y sin reconocer que había sido evitable, producto de la imprudencia (algunos dirían que es el “síndrome de Jesucristo” que padecen ciertos clérigos).

Como sea, nuestro clérigo favorito ya no estaba entre nosotros, pero parecía comunicarse de manera precaria a través de destellos en objetos y de algún tipo de nexo arcano entre planos. Algo recordaba de las clases introductorias que tomé alguna vez: aquello existía (el nexo arcano), aunque la fiabilidad de la comunicación dependía tanto del ritmo del tiempo en cada plano como de la fuerza del vínculo en sí. Estaba en función de muchas variables; supongo que por eso se ganó el nombre de “arcano”. Era posible enviar información, sí, pero a un ritmo ultrajosamente lento.

Eventualmente, el fantasma —que por momentos me causaba incomodidad o “impresión”— nos ayudó, después de que descubriéramos su cuerpo original dentro de una hoguera evidentemente mágica (no había nada ni nadie que pudiera proveer combustible) en un recinto mejor conservado que el ala del templo donde habíamos estado antes. Lo más extraño era que allí había luces y hasta comida. Nuestra no muy cauta compañera Varka activó una trampa que alcancé a escuchar y desactivar rápidamente, y que parecía haberse cobrado alguna víctima varios siglos atrás.

No estoy seguro de cómo lograron comunicarse con una espada centellante con el compañero Adler, porque, entre el fantasma y la comida mágica, no pude prestarle demasiada atención a todo el ritual de resurrección. Lo interesante es que teníamos cierta conexión extraplanar —tan buena y conveniente como mala e inconveniente—, al punto de que, cuando apareció Adler, escuché o vi al lich de antes, a Calvus Threnor. Aunque no sé si fue la situación la que me llevó a tener una imagen tan vívida de Threnor.

El ala desacralizada

El problema de entrar en este modo “tarea cumplida” es que siempre viene algo más complicado después y que no me puedo acostumbrar a este ciclo. Esta vez el fantasma habló a través de la estatua central del ala que estaba altamente desacralizada (la de la cosa verde). No le pude prestar mucha atención porque todavía estaba pensando en los sucesos anteriores. Lo cierto es que los dioses nos hablaron: probablemente Pholtus y Boccob, o la legión de caballeros de Pontargentum, me dieron una especie de medallón que tenía dos funciones muy bien definidas: permitía al portador deslizarse por las sombras sin ser detectado y, además, podía abrir fácilmente cualquier puerta, aun con sellos mágicos.

Mi duda sobre la presencia del excelentísimo y conflictuado Threnor se despejó cuando nos confirmaron que el nigromante había aparecido en el plano material. Mi conjetura es que está buscando algo en particular: no es que solamente capturó esa ala del templo por diversión, sino que está detrás de algún conocimiento oculto. Conociendo el perfil de los nigromantes, seguramente la forma en la que planea conseguirlo es extremadamente compleja a propósito.

La parte frustrante es que, eventualmente, Threnor se encerró en la zona inicial del templo (la que tenía el dibujo en el piso) e idiotamente usé el medallón de los dioses para destrabar la puerta. Obviamente, el nigromante estaba mentalmente un par de pasos adelante y no confió su integridad física en una simple puerta mágica. Además, parecía haber conjurado una especie de aura alrededor suyo, que comprobé personalmente que estaba materializada utilizando la misma energía de la existencia del templo.

Qué es la “energía de la existencia”? Bueno, recuerdo haber leído en algunos tomos que los objetos inanimados y la materia en general tienen una energía intrínseca asociada. Esto es un axioma. Y ahora mi conjetura educada es: el templo existe en un estado de equilibrio inestable, una especie de isla astral. Eso se puede ver claramente en el momento en que uno quiere mirar hacia afuera: no hay absolutamente nada. Llamarlo “vacío” es demasiado específico. No probé tirarme al "vacío" para ver si aparezco por el otro lado, pero podría hacerlo; no me extrañaría que el templo estuviera conjurado mágicamente en una especie de toroide de Möbius. Por lo tanto, el nigromante Calvus Threnor, si quiere escapar del templo, debería de alguna forma hacer una invocación para conectarlo con el plano material. Entonces supongo que el primer paso es “llamar” a la conexión con el otro plano si quiere escapar.

A juzgar por el encuentro que tuvimos anteriormente —donde tuvo aquel incidente nuestro compañero clérigo—, el nigromante tiene algún tema con la presión materna, el olvido y la relevancia. Al morir (o, mejor dicho, al ser expulsado hacia otro plano), dijo algo como: “Perdón, madre, he fallado”.

Como el nigromante está bastante protegido, lo más sensato es buscar la forma de molestarlo o contrarrestar su trabajo (nuevamente). Para esto decidimos buscar en el templo algunos tomos y literatura relacionada con sus protecciones. Encontramos tres tomos:

  • El Tomo A describe pactos con cláusulas de obediencia, custodia y, sobre todo, castigos de la Corte feérica para quienes rompen promesas o profanan.
    • El Tomo B da la siguiente pista: los gestos de los Caballeros eran una forma de invocación simbólica. Threnor probablemente esté replicando esos gestos para que el templo responda.
      • El Tomo C habla de un conocimiento sellado que roba recuerdos o los reescribe. Hay advertencias sobre cómo no ofrecer la propia memoria, alma o sangre al sello, porque eso lo vuelve hambriento y, mientras más se lo alimenta, más “combustible” necesita.

        Acá la cosa se pone más interesante aún: pareciera que el templo existe en un “astral pocket” y que fue pasando por varios dueños. Intuyo que fue creado por la legión de Pontargentum para preservar y glorificar la palabra de Pholtus y Boccob; luego fue comerciado o capturado por la Corte de las Hadas (y en este punto no hay que dejarse engañar por la asociación de “hadas” con ninfas bellas, jóvenes y fértiles, o pixies que hacen sonidos tranquilizantes y dejan una estela de glitter, pues dentro del reino de las hadas hay sagas y otros bichos maléficos). Por último dueño tenemos a Threnor, que más que dueño ha sido un inquilino usurpador que no ha hecho absolutamente nada para preservar la integridad del templo. Finalmente, lo que observo en los tomos, es que el templo parece poder apoderarse de la memoria de quienes lo visitan.

        Por el momento considero que la mejor manera de resolver el asunto sería invocando las protecciones originales. La pregunta es cómo, y a qué costo.

        El ala Este

        Fue tal mi intriga que le tuve que dirigir la palabra al fantasma de la pitonisa. Evidentemente había cierta conexión entre el fantasma, el templo y el sello sobre el cual estaba parado Calvus. Como adivino no soy, si existía una implicación entre la tríada (pitonisa, templo, sello) como una relación de causa y consecuencia, la duda se iba a despejar si confirmábamos que: o el grado de activación del sello impactaba en la memoria de la pitonisa o bien (y con un poco de suerte), los recuerdos de la pitonisa podían reforzar la activación del sello y las protecciones del templo. Un buen plan con una ejecución mediocre lleva a grandes resultados: confirmamos que era el templo lo que impactaba la memoria de la pitonisa. Por ende, teníamos que seguir buscando, pero ahora el fantasma tenía mucho más contexto sobre lo que estaba sucediendo.

        El mago, ayudado por la luz de la Llama Eterna y las recomendaciones de un kobold que pasaba, vio a trasluz el tapiz que rescatamos de un intersticio en la pared de un pasillo. Entró en un estado catatónico/sonambulante (?) y, después de unos segundos, apareció un espectro de lo que parecía una caballera draconiana, parecida en aspecto a esos que me preguntaron si me consideraba lo suficientemente apto para la misión. La draconiana nos indicó revisar una puerta sobre la pared opuesta a la de la pequeña biblioteca donde estaban los tres tomos. La puerta estaba sellada mágicamente, con protecciones y trampas para que absolutamente nadie viera lo que había del otro lado. Rápida y mágicamente la destrabó y se reveló un pasillo bastante angosto y largo, por el que la caballera draconiana se rehusaba a pasar. Vimos que había una serie de trampas, aunque bastante rudimentarias en comparación con las protecciones que tenía la puerta. Supuse que debían ser de otra época; tal vez las trampas del piso eran algún aditamento pensado durante la construcción del templo, casi protocolares, mientras que lo de la puerta era un bloqueo mucho más poderoso, diseñado en función del miedo que tenían los clérigos, monjes o druidas a lo que estuviera ahí dentro, que mandaron a sellar de esa forma ese sector del templo.

        Avanzamos con prisa pero con cautela por el pasillo hacia una puerta simple. Dicen que las puertas del purgatorio son puertas ordinarias, así que me tomé el trabajo de observarla, desactivar la trampa rudimentaria de pinchos que estaba al frente y la abrí. A todo esto, no pude evitar sentir una puerta secreta sobre la pared izquierda (la que da hacia el Norte); la empujamos y había una sala llena de oro y riquezas que parecía tener alguna maldición, o por lo menos estaba completamente blindada por una reja definitivamente irrompible. Como sea, ese tesoro estuvo allí por siglos, seguramente podía esperar unas horas más.

        Estos casos son los que me disparan un recuerdo del Kobold Tuerto, como si alguna vez me hubiera hablado sobre esta situación en la que estoy ahora, como que él ya lo hizo antes. Por un lado me tranquiliza, porque siento que se puede sobrevivir: es un desafío que alguien ya superó. Por otro lado me inquieta, porque yo no soy El Kobold Tuerto (o al menos, hasta donde sé, tengo los dos ojos y veo bastante bien).

        Después de pasar por una especie de letrina milenaria, el pasillo giró hacia el Norte y, tras cruzar otra puerta, se nos reveló una sala muy particular: una gran orbe en medio de un círculo con siete reservorios, la mayoría de ellos centelleantes. Siempre tuve afinidad con la magia, aunque más como espectador que como practicante, con la fascinación de un niño que mira un concierto sin poder tocar ni una pandereta: una pasión por contemplarla, pero también una dificultad para dominarla (tal vez está relacionado). Sin embargo, esta experiencia me resultó diferente; la sala entera me transmitía una sensación extrañamente orgánica y familiar, tanto que pensé que quizá valiera la pena volver a intentar algún arte arcano.

        El canto del Corazón Carmesí

        Si bien la habitación causaba cierta fascinación, era bastante obvio que esto era lo que tanto se quería proteger o, mejor dicho, clausurar y desaparecer. El artefacto parecía tener conciencia e intenciones o, peor aún, ser una máquina autónoma de destrucción. Como su forma de operación no era evidente, nos dedicamos a buscar en la literatura disponible en la habitación si existían referencias (ya que entender un manual de usuario sería pretender demasiado). Descubrimos que se trataba de un artefacto que aumentaba la energía almacenada en unos cristales llamados cristales lucientes. De ese modo, algún maestro de lo arcano podía guardar conjuros y protecciones en un mineral, como si fuera una varita, lo cual era algo muy valioso. El diseño de la máquina tenía una particularidad (no voy a decir defecto, porque tal vez fue introducida adrede): si se le ofrecía un sacrificio de sangre, músculo y nervios, el artefacto podía dar como resultado un cristal supercargado, aunque corrupto. Entiendo por corrupto que ya no puede utilizarse de nuevo, como un resorte que se estira más allá de su límite de operación elástica.

        Como no soy mago ni gnomo (aunque tengo una idea vaga de lo que saben ambos), no me esforcé demasiado en entender. Los compañeros lograron descubrir, de manera precaria, el orden en el que había que insertar los tres cristales que faltaban en los recipientes de alrededor. Las protecciones del Corazón Carmesí —o Mecanismo de Resonancia, como se lo nombraba en la literatura— se activaron y apareció lo que se conoce como un gólem de tierra. No me llevo bien peleando contra este tipo de criaturas animadas, así que mis compañeros decidieron hacerlo levitar y lo dejaron flotando para que no molestara. A medida que se insertaban los cristales, la habitación comenzaba a vibrar con cada vez mayor intensidad (el viejo templo se mantenía en pie solo gracias a la solidez de la construcción original) y, entre los seis receptáculos y la orbe central, se producía un zumbido ensordecedor de carácter robótico y lamentoso al mismo tiempo, como si una mosca gigante, del tamaño de una gallina, hubiera caído en una telaraña también acorde a su tamaño.

        Personalmente me preocupaba lo que el nigromante estuviera logrando canalizar desde la sala del sello y, si bien no me considero un kobold impulsivo, quedó en evidencia mi desesperación. Fue frustrante encontrar tanta información en los libros y no poder comprender algo tan simple como cómo apagar o encender esa máquina, que parecía complicada a propósito. Tal vez los sesudos académicos y los inmutables y dedicados clérigos que la construyeron sabían perfectamente que era un aparato endemoniado, condenado a durar siglos sin apagarse, probablemente alimentándose de manera autónoma y perversa de almas y pensamientos, o robándole la fuerza vital a algún grupo de aldeanos incautos. Por eso no pude quedarme contemplando cómo todas esas fuerzas oscuras y esa cacofonía horrenda se propagaban impunemente desde la orbe. Necesitaba hacer algo. Y en esos casos aprendí que lo importante es evaluar el costo-beneficio de los impulsos: uno puede ser impulsivo sin ser un kamikaze, o al menos eso creía hasta ese momento, una especie de impulso medido o simple improvisación. Decidí que podía ser capaz de robarle el alma a Calvus Threnor y almacenarla en los cristales. Parece una estupidez (y lo es), pero como siempre asocié la magia con levantar los brazos, mirar al cielo y revolver el aire, hice eso mismo, esperando que una fuerza celestial me hiciera levitar, sangrara luz de los objetos cercanos y, de pronto, se solucionaran todos los problemas. Imaginaba que, al regresar al pueblo, me recibirían con una caravana echándome flores, y que alguna elfa noble, joven y bella, sonriendo, me entregaría una medalla y me daría unas palmadas en la cabeza.

        Ni los dioses ni el Eter escucharon mis improvisadas plegarias, pero tuve un momento de aparente lucidez. Y digo aparente porque casi me cuesta la vida: en medio del caos y de mis gesticulaciones, no pude evitar acercarme al globo central, precisamente al Corazón Carmesí: el ominoso aparato vampírico que "accidentalmente" condensa la energía de seres vivos y la almacena en cristales. A medida que me acercaba, el ruido horrendo desaparecía, la vibración insoportable menguaba. De pronto me sentí en unión con el mundo y sentí también como si pudiera comprender lo que estaba viendo: todo el mecanismo tenía sentido, y toda la literatura del lugar me resultaba más como un pasatiempo de un grupo de inadaptados que querían parecer investigadores escribiendo banalidades de manera críptica. Apoyé firmemente las manos sobre el cristal y pude ver la habitación del sello: allí estaba Calvus Threnor, sorprendido al descubrir que podía observar la sala en la que yo mismo me encontraba, justo en el momento en que él recibía misteriosamente una descarga eléctrica. Esa visión tampoco fue gratis: yo también recibí una descarga eléctrica o sónica, que después comprobé que me había causado algo de daño. Pero en ese momento ya nada importaba ni dolía. Intuitivamente decidí aprovechar esa comunión con la máquina diabólica para canalizar energía (ya que sentía que podía controlar qué hacer con la energía acumulada) hacia un receptáculo instalado en la pared Este. Una descarga se produjo sobre el elemento, destruyendo la pared y revelando dos habitaciones ocultas detrás.

        El escape del templo

        Después de una breve inspección notamos dos cosas: las habitaciones estaban ligeramente separadas del resto del complejo, por lo que era necesario saltar para alcanzarlas, y además una de ellas parecía tener activado algún artefacto. El mago confirmó que se trataba de un mecanismo mágico, como una especie de portal controlado por dos palancas en la pared. Probamos con unos cristales y unas rocas, y desaparecieron rápidamente. La bruja y el clérigo se ofrecieron para explorar qué había del otro lado, ya que todos intuimos (y rogábamos) que se trataba de la salida del lugar.

        Tras observar detenidamente el funcionamiento del aparato ya puesto en marcha, noté que la descarga de la esfera que destruyó la pared también había dejado cargado un reservorio de energía que se encontraba entre las dos palancas. Para despejar dudas —porque nosotros solo suponíamos el paradero de los compañeros— invitamos amablemente al familiar búho del mago Delerion (Don Miembro, no Niembro) a ofrecerse como voluntario para ser teletransportado. Bajamos las dos palancas y, luego de sentir un ligero gusto metálico durante la activación del mecanismo, descubrimos que los compañeros Varka y Adler se encontraban en otra sala dentro del mismo templo.

        El mago volvió a convocar al búho, pero esta vez, por la ciencia y para tener una mejor idea sobre el diseño del mecanismo, lo invitamos amablemente a colocarse sobre el portal. Nos preguntamos si bajando una sola manivela el portal podía llegar a funcionar distinto. Y de hecho lo hizo: no en forma de portal, sino como una descarga eléctrica que encontró su curso a través del camino de menor resistencia. Aprendimos también que los búhos son relativamente buenos conductores de electricidad, porque, al bajar una sola palanca, de la nada misma se precipitó una descarga que saltó al búho y luego al piso. Creo que el mago recibió algo de daño en ese momento también, aunque no fue eléctrico.

        Esperando que no se hubiera roto nada y que la próxima ejecución fuera con calma, me postulé para ser el próximo ser vivo teletransportado (y no cocinado). El mago y la mano asistente bajaron las manivelas; de nuevo el gusto metálico, y en unos momentos aparecí en una sala bastante más amigable que la anterior, parado sobre un sello extraño. No estoy seguro de cómo se comunicaron con alguna proyección de los caballeros de Pontargentum, pero había un féretro y una zona de la sala que decían estaba corrupta. Después de unos minutos todos se encontraban gestionando el escape del templo.

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